Normalmente, por estas fechas, solía acumular unas cuantas felicitaciones navideñas en papel. Bien fuese en el trabajo, en casa o en casa de mis padres. Al final acababa juntándome con alguna que otra.
Todavía decora mi despacho un árbol de navidad al cual le podías pegar regalos. Ahora ya es parte del atrezo perenne de mi sitio. Elemento receptor de partículas de polvo.
Recuerdo con nostalgia la oficina de UNICEF que ponían en Ávila, utilizando una heladería (de poca utilidad por estas fechas), en el Mercado Grande. Era una bonita forma de felicitar la navidad y apoyar una causa solidaria.
Ahora solo llegan felicitaciones electrónicas. Animaciones, sonido, multimedia,… No voy a negar que tienen su aquel y que hay algunas bastante currados. Pero a mi no me hacen la misma ilusión. Las veo muy impersonales.
Creo que el poco espíritu navideño que nos queda lo estamos canjeando a marchas forzadas por puro consumismo. Y que hemos establecido una serie de procedimientos (luces en las calles, la felicitación navideña, Cortilandia,…) como una medida que hace que no nos olvidemos de la Navidad.
Bueno, todo hay que decirlo, después de 11 años me sigue llegando la felicitación de mi autoescuela. Lo cual, no deja de tener su gracia.
Habrá que asumirlo. La tecnología nos engulle, para lo bueno y para lo malo.
PD. Voy a ver si empiezo a mandar SMS para felicitar el año. 😉